Sabía que todo lo que me ocurriera en el mundo, independientemente de lo trágico que me pareciera, comportaba un proceso de aprendizaje y reflexión positivos en sí mismos. Y esa era una opinión en la que insistí siempre a pesar de lo seria y convulsiva que fuera una tragedia. Claro que dicha opinión era el fruto del conocimiento de que nuestras vidas físicas no son más que momentos de un magnánimo lienzo de tiempo en el esquema cósmico de miles de millones de experiencias de aprendizaje.
Gracias a ese conocimiento no tardé en comprender que la muerte no era real, la muerte era una creencia cuyo temor dominaba nuestros actos y sensaciones.
Si la creencia en la mortalidad se analiza como una opinión limitadora en lugar de un hecho real, la actitud personal ante la "tragedia" varía sustancialmente. Y lo mismo es extensible a todo lo "malo" que pueda ocurrirnos. Las cosas ocurren por alguna razón; estoy segura de que no son meros "accidentes". Aunque no es menos cierto que las cosas no simplemente "ocurren", nosotros las provocamos. Todo cuanto hacemos redunda en nuestro conocimiento de que depende de nuestra actitud. Algunos de nosotros nos hacemos más daño que otros. La mayoría hemos sido educados en la opinión de que el sufrimiento es necesario para la autoiluminación, y lo cierto es que la estresante búsqueda de poder, dinero y posición, la codiciosa e insemible destrucción del planeta en el que habitamos y el conjunto de medidas y soluciones "militantes" para los problemas políticos mundiales, indica el ansia por corroborar la máxima de que necesitamos sufrir.
Y, sin embargo, sufrir también es una creencia. Es más, nuestra realidad es siempre cuestión de cómo la percibimos nosotros. Resistirme a percibir una situación como tragedia es elección mía. Siempre hay una manera de alterar mi realidad porque siempre existe la posibilidad consciente de modificar la percepción que tengo de ella. Todos conocemos a gentes que son capaces de convertir el acontecimiento más feliz en una desgracia horrorosa. Nuestra realidad es problema de cada uno de nosotros y el modo en que elegimos percibirla puede destruir o perfeccionarnos la vida.
Nos han acostumbrado a creer que la desgracia y la muerte son trágicas. Sin embargo, algunos que enfermaron y murieron nos enseñaron a todos que, aún en esas situaciones, puede haber dimensiones místicas de muchisima paz de las que deriva una gran comprensión. Cuando la gente que muere alcanza ese estado de "paz que está mas allá de todo conocimiento", están más alá de la belleza. Muchos de ellos parecen saber de manera innata que no se están muriendo, sino que, por el contrario, están alcanzando otro nivel de comprensión y conocimiento. Cuando se alcanza ese estado, el dolor corporal desaparece. Aunque, si la persona que se está muriendo lucha contra su miedo a la muerte, sufre dolores atroces.
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